Por Daniel Senger
En el año 1983
nuestro país tomo la decisión de implementar un cambio de rumbo en cuanto a su estructura
política y social.
Junto a otros países
de Latinoamérica que estaban gobernadas por dictaduras, y que tomaban la misma
determinación, retomamos el sistema
democrático como instrumento de organización social.
Esto significó un cambio
marcado, profundo, cultural. Por tal motivo, esta alteración no se da en forma rápida, es un proceso. Visto
de este modo, deberíamos observar cambios que paulatinamente nos lleven a un
ordenamiento social que se ajuste a los lineamientos que este sistema
(democrático) brinda. En nuestro país
han pasado 30 años de aquél 1983, tiempo suficiente para que estos cambios no
solamente se observen sino que, además, muestren resultados.
El sistema establece, entre
otros, la creación de un conjunto de normas que determinan una conducta política y socialmente ordenada; el respeto de
funciones, la distribución de tareas, la independencia de los poderes del
estado, el fortalecimiento de las instituciones; y para que el ciudadano con su participación, sea protagonista.
La
posibilidad que esta práctica nos otorga de elegir como ciudadanos a nuestros
gobernantes, es parte del sistema, importante, pero no se agota en eso
solamente.
Observamos generalmente, que
si bien nuestras autoridades han llegado a la función pública a través del voto
popular, ejercen el poder excediendo los límites que esta función le
otorga. Basta observar como avasallan desde el poder la independencia de
otros. No solo eso, también someten a las instituciones sociales, a través de
las cuales el ciudadano participa, columna vertebral del sistema democrático. Lo preocupante en todo esto, es que quien
debe fomentar y alentar este tipo de
prácticas, para lograr asentar estas bases democráticas: las autoridades, no lo
aplican e incluso, las desalientan. No basta la proclama, se necesitan
gestos, disposición para hacerlo.
La reforma constitucional
del año 1994 quiso atemperar el fuerte sistema presidencialista que se da en
nuestro país. Evidentemente el cambio de
las normas no basta, si quienes deben observarlas y cumplirlas,
fundamentalmente para que sirvan de ejemplo a seguir, no lo practican.
El poder es parte de la
organización social, se debe ejercer con la fortaleza que el mismo cargo le
otorga, no más… y mucho menos debilitando a los otros. No lo debe hacer para
realzar su posición frente a la sociedad, mucho menos para tener la suma del
poder. Nos hacen ver que toda decisión u
opinión en contrario amenaza la continuidad democrática, sin entender que en
eso consiste.
Cuesta hacer entender a
nuestros dirigentes que sus actitudes afectan el fortalecimiento del sistema
democrático. La imagen fuerte que pretenden imponer desde la función yendo más
allá de la que ésta le permite, debilita el sistema; y en esto no debe haber
dudas, el fortalecimiento de la
democracia es lo único, por hoy, que permitirá derrame sobre la sociedad mejores
condiciones para todos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario