lunes, 2 de diciembre de 2013

La Resurrección del Radicalismo


El país necesita un partido “sistémico”, extendido por todo el territorio, que armonice los distintos intereses sectoriales y tenga capacidad de gestión

Las democracias no funcionan si carecen de partidos capaces de alternarse en el poder.

Un gobierno, si es elegido libremente, tiene legitimidad de origen; pero si no tiene oposición es antidemocrático aunque no lo quiera: la hegemonía deriva siempre en autoritarismo. 

Es por eso que la oposición resulta, en toda democracia, indispensable; pero sólo puede llamarse opositor el partido que tiene capacidad de sustituir. Es decir, un  “partido de poder”

Las fuerzas políticas que disienten con el gobierno pero no pueden ofrecer un recambio son, en verdad, sindicatos de críticos, que hostigan al gobernante y procuran influir sobre la opinión pública, pero se debaten en la impotencia.

En Gran Bretaña hay, representados en el Parlamento, once partidos. Pero si no estuviera el Laborista, el Conservador no tendría rivales. Gobernaría sin contrapeso ni alternativa.

En Francia hay diecisiete partidos, todos con representación en la Asamblea Nacional o el Senado. Pero, hoy, sólo el Socialista y UPM están en condiciones de sustituirse el uno al otro.

En Estados Unidos hay 28 partidos menores. Pero únicamente el demócrata y el republicano pueden llegar al gobierno.

En la actual democracia argentina hubo, entre 1983 y 2003, una situación semejante. En 1983 los candidatos a Presidente fueron ocho, pero entre Raúl Alfonsín e Ítalo Luder cosecharon 92 por ciento de los votos. En 1989 fueron diez los candidatos, pero Carlos Menem y Eduardo Angeloz sumaron 80 por ciento. Y en 1999 hubo otra vez una decena de candidatos, pero Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde se repartieron 87 por ciento.

Un triunfo de 54 a 17, como el que se registró hace dos años, anula la democracia. Para recuperarla, no basta con formar alianzas.           

Según la politóloga irlandesa Theresa Reidy, los únicos que pueden turnarse en el poder son  los partidos “sistémicos”.

Un partido sistémico se extiende por todo el país; no está reducido a una región, provincia o ciudad. Es, por otra parte, un partido que procura  armonizar los intereses de distintos sectores sociales; no de uno solo de ellos. Lo único que no puede hacer es conciliar con  aquellos que, a uno y otro extremo del espectro político, abjuran de la democracia.

Si un partido sistémico pierde la capacidad de disputar el poder, es ilusorio que la improbable unión de los pequeños partidos  locales o testimoniales no da lugar a una alternativa.

Sin embargo, destaca Reidy, “la Historia nos dice que, aun cuando la política es un proceso evolutivo, los partidos sistémicos, una vez que se han establecido, rara vez desaparecen”. 

Hay, en épocas de crisis, políticos que fundan partidos a su imagen y semejanza, suponiendo que pueden llegar con ellos al poder. Es un espejismo. No hay razón para que el minero de Catamarca, el agricultor de La Pampa o el pescador de Tierra del Fuego se sientan representados por un candidato narcisista y alejado de sus realidades.

Distinto sería el caso si el mismo candidato emergiera de un partido con tradición, organización y dirigencia en todo el país.

A falta de otra fuerza que reúna las condiciones de un partido sistémico, la democracia argentina depende de que la UCR recupere –con ideas frescas y nuevos liderazgos—su condición de partido de poder.

Después de haber sacado dos porciento en una elección presidencial, y haber concurrido a la siguiente sin candidato propio, el radicalismo inició su reposicionamiento, en 2011, con la candidatura de Ricardo Alfonsín. 

¿Cómo continuará ese proceso? ¿Se conformará esta UCR para liderar la oposición. ¿O tendrá la necesaria vocación de poder?

Por supuesto, tengo mis propias respuestas, y estoy dispuesto a cumplir un rol en lo que, a mi juicio, debe ser el nuevo radicalismo.

No obstante, la semana pasada tomé distancias y quise medir –como si fuera otra vez el periodista independiente de otras épocas— la actitud de los principales dirigentes de la UCR nacional.  Les pregunté a ellos qué radicalismo quieren ayudar a construir.

El presidente, Mario Barletta --que tiene el mérito de haber recuperado la unidad partidaria-- me dijo que el radicalismo debe “vertebrar un Frente Nacional para las elecciones presidenciales del 2015”. Ernesto Sanz me aseguró que, para vertebrarlo, el radicalismo tiene, entre otras cosas,  “la capacidad de gestión”, a juicio de Sanz demostrada “en los gobiernos locales”, y “el ímpetu de las nuevas generaciones”. Ímpetu que advertí en Lucio Lapeña, presidente de la Juventud Radical, quien me definió al radicalismo como “el único partido con el potencial necesario” para llegar al poder en 2015, por su “racionalidad, pragmatismo y fortaleza democrática”. Claro que antes vienen, este año, las primarias y la elección octubre. Julio Cobos no dudó en aseverarme que esos comicios definirán, con la “decisiva participación” del radicalismo, “el nuevo rumbo del país”.

Como lo sugiere Barletta al hablar de un Frente Nacional, el nuevo radicalismo no debe rehuir la suma de esfuerzos con otros partidos. Ni puede descartar que, llegado al poder, sea necesario formar un gobierno de coalición.

Si se recompone como partido de poder, no lo debilitará compartir el gobierno. Al contrario, podría galvanizarlo.

Lo importante, no ya para el radicalismo sino para la democracia, es que el único partido sistémico no peronista, la UCR, busque apoyo en otras fuerzas para llevar adelante un proyecto común. UNEN puede ser, en la Ciudad de Buenos Aires, el embrión de un fenómeno político.

La Argentina volverá a tener una democracia plena cuando sea posible disputar, mano a mano, el poder con el mutante peronismo.

No falta mucho.

Restará que, más allá de su aptitud para llegar al gobierno, peronistas y no peronistas sepan qué hacer con el país. La alternancia es condición necesaria pero no suficiente.

Para recobrar liderazgo, el radicalismo deberá probar, en el Congreso a inaugurarse el 10 de diciembre, su capacidad para convertir en realidad el vasto potencial de la Argentina.

Fuente: Clarín

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